Nos encontramos ante unas nuevas elecciones generales, sin haber siquiera estrenado las últimas; esto se me asemeja como cuando compramos un bien, el que sea: un televisor, un frigorífico, un coche o un kilo de tomates y, llegado el momento de poderlo utilizar, vemos que no funciona, entonces volvemos a la tienda y pedimos que nos den otro; esto es lo que ha sucedido: no nos ha funcionado lo que hemos comprado los electores, así que elijamos de nuevo.
Quiero aquí hacer una breve reflexión sobre el papel que tenemos los ciudadanos; estamos muy enfadados y llamamos de todo a los políticos, a unos más que a otros, depende de cada uno de nosotros, lo mismo que nos sucedería con la tienda donde hemos comprado lo que no funciona, pero recapacitamos, vamos a la tienda, enfadados, pero vamos y elegimos uno que funcione, cada cual en su versión del por qué no funcionaba, no nos quedamos en casa cabreados y con el producto que no sirve, sería, y me disculparán, una melonada por nuestra parte, pues quien únicamente perdería seríamos nosotros.
Platón distinguía con relación a los hombres, entre la élite y la masa. Los primeros serían aquellos capaces de autorregularse mediante la dialéctica, es decir: la razón, el resto, la masa, deberían ser heteroconducidos mediante la retórica, es decir: sobre los estados de ánimo.
Esta es la cuestión sobre la que debemos aplicar un tiempo, para determinar si queremos regirnos por la razón o por los estados de ánimo, la primera está basada en el pensamiento y la capacidad libre de elegir, y la segunda tiene como principal característica que es fluctuante, no determinante y nada coherente por si misma, por lo que nos conduce a que otros decidan por nosotros.
Pero vayamos a lo práctico; la primera cuestión sería entender que votar en unas elecciones para elegir a quien deseamos que nos represente es un derecho y no una obligación, por lo que si no lo ejercemos estamos renunciando a algo que es nuestro en beneficio de terceros, la segunda cuestión es que aún decidiendo que no vamos a ejercer nuestro voto, los representantes políticos serían igualmente elegidos y la democracia habrá actuado con o sin nosotros; pensemos en las posibilidades del voto, puede el ciudadano votar a un partido o a otro, pero también puede votar en blanco, de cualquier forma ejerce su derecho que no es transmisible a nadie, pero que de no usarlo es tirarlo a la basura.
Por tanto, no consideremos que con el hecho de no votar estamos castigando a los políticos, no nos equivoquemos, lo hacemos contra nosotros mismos, insisto en que ellos van a salir de la misma forma, aunque con versión diferente a la que quizás nos gustase, así que no tiremos piedras contra nuestro propio tejado, como manifiesta el popular dicho.
Debemos pensar que hay un problema real que nos está afectando y no es si se repiten o no las elecciones, que esto fuera de un cierto coste económico, no tan importante como algunos nos quieren hacer ver, pues de alguna forma se está activando la economía con empresas y trabajadores que deben participar para que estas funcionen, lo más que nos incide en el desarrollo de nuestras vidas, es que viviendo como hacemos en una sociedad, no tenemos unos presupuestos que conforman la realidad de las mismas, así pues demos valor a este punto, sin presupuestos no nos funciona la sociedad, al igual que sin gasolina no funciona el coche, sea un utilitario barato y de segunda mano, como el más caro y lujoso.
No quiero abusar sobre esta reflexión acerca del voto y las elecciones, mi único propósito es dejar manifestado que no nos dejemos engañar por quienes pregonan que vamos a castigar a los políticos no votando, con seguridad lo único que desean es que su voto lo condicionen todo y no les moleste el nuestro.
*Presidente de Aragonex